miércoles, 28 de enero de 2009

La sexualidad en Grecia y Roma

Hoy tratamos un tema de gran actualidad y controvertido en algunos aspectos, la sexualidad. Para poder entender mejor esta temática, vamos a analizar la sexualidad de una civilización que nos ha influído en tantísimos aspectos como es la grecolatina.

La sexualidad en Grecia

La civilización griega es una de las civilizaciones más importantes dentro de la corta historia de la humanidad en el planeta tierra. Grecia fue la primera civilización que sobresalió en Europa, hace ya unos 3600 años partiendo como base de la civilización minoica. En la cuenca del mar Egeo se fundó esta gran civilización para revolucionar en muchísimas campos del conocimiento humano la forma de pensar y de actuar de la raza humana. Los griegos fueron los pioneros de la filosofía occidental, y a la vez, también de las matemáticas, junto a los árabes y egipcios.

Abordaremos en un principio el tema de las costumbres sexuales en la vida de la Antigua Grecia; si bien el tema es muy poco conocido además de que muchos aspectos de la investigación son temas polémicos o "Tabú" dentro de nuestra sociedad, tenemos que tratar siempre de abordarlo lo más objetivamente posible, además de tomarlo con la madurez que se requiere para tratarlo.
Debido a la escasa información que se ha recolectado dentro del tema, se han de abordar siempre temas generales que den una visión de cómo se entendía el tema de la sexualidad dentro de la sociedad griega.
Por tanto, se trata de una visión panorámica del tema de la sexualidad dentro de la sociedad griega, en forma que sea posible apreciar de modo general su contenido.


El estudio de las costumbres sexuales en la Grecia Antigua, abarca un poco de las historias mitológicas con las cuales se explicaban los orígenes de ciertos aspectos sexuales; además de explicar cómo veía la sociedad griega estos aspectos y de cómo vivía día a día el pueblo griego con respecto a su sexualidad. Es un campo difícil de estudiar ya que la mayoría de investigaciones extensas se han realizado en otros campos como los del pensamientos, civilización y antropología física, pero aun así, hay suficiente información para llegarnos a hacer una idea.
La cultura sexual griega es bastante diferente a nuestra forma de mirar las cosas actualmente, si bien todo lo que los griegos hacían existe hasta ahora y en mayor grado muchos de estos aspectos son considerados como inmorales o promiscuos por la sociedad moderna, sin embrago, se puede observar que estos temas (que van a ser tratados posteriormente) eran completamente normales y la gente vivía con eso sin inquietarse y sin dramatizar.
Los griegos eran personas que daban mucha importancia a los aspectos sexuales de sus vidas, y veían el sexo como un origen infinito de placer. Los griegos, amantes del placer, profundizaron mucho en las artes y variaciones que el sexo podía ofrecerles y mezclaban la vida cotidiana con un profundo aspecto divino y aplicaron esto a su cultura, inclusive a lo sexual.

Grecia fue la cultura que más nos ha influenciado a nosotros, los del mundo occidental. Pero a su vez, es también impresionante lo intolerante que son ciertas personas extremadamente conservadoras con las costumbres sexuales de este pueblo. Si bien hemos aceptado muchas cosas como la libertad sexual para la gente homosexual y en general una liberación sexual femenina por la cual se ha luchado durante siglos, todavía la gente ve como un tabú ciertos temas.
La mitología griega está plagada de Dioses, semidioses, héroes, etc… en las cuales se cuentan historias sexuales y de infidelidades terribles, esto ayuda a explicar la aceptación de tales prácticas en la sociedad, ya que sus modelos a imitar eran los dioses, y, si éstos podían ser infieles y tener sexo con mucha gente (dentro de muchísimas historias acerca de Zeus, el Dios mayor, se observa que este tiene un sin número de aventuras con otras mujeres siéndole infiel a Hera), era algo normal para el resto de mortales.
Si uno investiga un poco sobre su cultura sabría que los griegos tenían un culto a la virginidad, representada por la deidad Artemisa, que era una diosa virgen.
La virginidad era para las mujeres como un tesoro, y la pérdida de ésta era como sellar una muerte lenta. Artemisa se casó con Endimión y fruto de esta unión salieron cincuenta hijas, estas formaban el séquito de su madre, todas eran castas y si se casaban tenían que abandonar la secta.
Otra historia es la de Hermafrodita: Ovidio cuenta que el hijo de Hermes y Afrodita (Hermafrodita) que era un joven hermoso, llego a las orillas de un lago donde lo vio Salmacis, que se enamoró de el y lo acosó, pero Hermafrodita huyo , poco después regresó y se bañó desnudo en el agua, la ninfa regresó por el y lo abrazó tan fuerte que los dos cuerpos se juntaron, y Hermafrodita tuvo que vivir así con su doble naturaleza para siempre.
Es ya conocido que la homosexualidad tanto femenina como masculina era aceptada en Grecia, grandes personajes de la época eran homosexuales declarados, pero no eran mal vistos, para la cultura griega la belleza era una símbolo de adoración y admiración, por lo tanto, admirar la belleza de una persona joven ya sea hombre o mujer no estaba mal visto.
La homosexualidad masculina en Grecia empezó aproximadamente en el período presocrático, alrededor de finales del siglo VII A.C. Según la historia, Pisistrato, que fue un tirano que se apropio de Atenas por la fuerza, tenía por amante a Solón (uno de los siete sabios de Atenas y gobernante también). Los hijos del tirano (Hipias e Hiparco) también eran homosexuales. Se cuenta que tiempo después dos gobernantes de Atenas Arístides y Temístocles disputaron el amor de un hermoso joven llamado Stesileo.
Otro personaje famoso que fue homosexual declarado fue el gran filósofo Platón, se sabe que otros personajes como Fedro, Alepsis y Dionisio fueron amantes suyos.
Su maestro, Sócrates, no fue homosexual, incluso existe un pasaje en el banquete en donde Platón describe una escena en que el general Alcibíades (sobrino del gran gobernante Pericles) admirado por la sabiduría e inteligencia de Sócrates intentó entablar una relación con él, pero este se niega. Aunque esto no quiere decir, en mi opinión, que no lo haya sido (una de las causas por las que fue juzgado y sometido a ingerir cicuta fue la de corromper a la juventud, y ese término “corromper” puede implicar varias cosas).
La razón principal a la gran cantidad de homosexualidad era que los hombres, a una edad muy temprana (con 7 años por lo general) eran separados de las mujeres. Los jóvenes iban a la milicia (la gran mayoría de hombres) y pasaban grandes temporadas en los campamentos únicamente rodeados de hombres, el medio varonil entonces tiende a cerrarse a sí mismo, la exclusión de las mujeres por la guerra provocó siempre una ofensiva de amor masculino. El sentimiento de amistad, afecto e igualdad que sentían entre los del mismo sexo masculino era tan fuerte que se veían como omoioi, y en cambio, a la mujer como un “instrumento” para mantener la descendencia.
La mujer no era digna del amor de un hombre, sólo otro hombre era digno de él.
Los filósofos socráticos pensaban que un ejército sería más fuerte si estaba constituido por parejas de amantes masculinos debido a los lazos que se forman, les hacía pelear con más vigor a los guerreros. Esto hizo que los matrimonios fueran bastante indiferentes y tibios, ya que los hombres en sus largas campañas no se preocupaban acerca de si su mujer se enteraba de sus aventuras con otros soldados o prostitutas. Según la historia los varones griegos podían prostituirse y existían en Atenas burdeles con jóvenes.
Según un estudio del Dr G. Fatás de la Universidad de Zaragoza, el homosexualismo griego además de la milicia, se basaba también en la educación pederasta en la cual un hombre ya maduro, adoptaba a un joven que oscilaba entre los 15 y 18 años para darle educación; era tan largo el tiempo que pasaban juntos que era normal que el despertar sexual del joven se diera con su erasta, éste lo educaba y el joven era incluido en el círculo social de su erasta que en la mayoría de los casos pertenecía a una élite en la sociedad; está claro que este tipo de instrucción la recibían únicamente los jóvenes de familias nobles, ya que era un lujo y un privilegio que un joven tenga por maestro a un ciudadano ilustre como guía.
Con respecto al homosexualismo femenino el ejemplo más claro fue la de Safo, una poetisa, que nació en la isla de Lesbos hacia el año de 612 A.C. Formó una academia en la cual se adoraba a Afrodita y a las musas; en esta academia según se cuenta, el grupo de mujeres en su mayoría eran chicas de clase social alta, a las cuales aparte de la educación clásica que las preparaba para ser esposas y amas de casa, recibían instrucción religiosa además de artística. Se dice que Safos tenía un gran talento para la poesía y promovió el amor entre mujeres; mientras vivió tuvo muchos amores con adolescentes de la academia, y terminó enamorándose de una de sus alumnas, al no ser correspondida se tiró al mar y nunca se supo más del lesbianismo Griego.
Se dice que la sociedad cretense ( Minoica), antepasada de los Griegos, era una sociedad bastante igualitaria y liberal, los hombres y las mujeres eran consideradas iguales ; se habla de un ritual en especial en el que los jóvenes y las jóvenes solteras iban a las cimas mas altas de las montañas para honrar a la madre tierra, en este ritual se satisfacía todos los apetitos incluyendo los sexuales, por eso existían grandes copulaciones en los días de duración del ritual.
La prostitución en Grecia era algo común y corriente, a las prostitutas se las llamaba hetairas, eran mujeres que dominaban el arte del amor y que en su gran mayoría eran mujeres que vendían su cuerpo como se conoce actualmente, eran pobres y vivían en casas todas juntas (lo que ahora se llamaría un burdel). La prostitución más baja se daba en los barrios bajos de Pireo; se cuenta que en el templo de Afrodita en Corintio había cientos de prostitutas ejerciendo su oficio para las masas.
Aunque hubo hetairas famosas y de élite, que se relacionaron con personajes ilustres de la época, Friné fue una de ellas, nació en Tespia y a pesar de sus humildes orígenes como pastora, esta mujer al trasladarse a Atenas perfeccionó sus tácticas amatorias que la llevó a dar espectáculos y ser reconocida como una gran hetaira. Lais de Corintio fue otra hetaira famosa, fue amante de Demóstenes, Aristipo y Alcibíades; ella también tenía orígenes humildes aunque muy pequeña ya fue utilizada como modelo para escultura por su gran belleza, después adquirió fama como una "hetaira de lujo" y finalmente se casó con un hombre anciano y rico del cual le heredó una gran fortuna.

Habiéndome versado en estudios grecolatinos, puedo decir que existe, desde mi punto de vista, una diferencia entre el hombre griego y el romano: el hombre griego es mucho más sentido que el romano, éste último siempre se comportó de forma más cruel con sus semejantes y sobre todo en lo referente a la sexualidad.
El hombre griego estuvo imbuido de serenidad en sus relaciones, incluida su relación marital. El griego siente respeto y pasión por los que le rodean. Ama a la naturaleza y a la humanidad y, aunque es cierto que existe cierto machismo y encasillamiento de la mujer, siempre fue tratada con respeto.

La sexualidad en Roma
La sociedad romana, regida por unas normas de conducta y ética determinadas, era muy promiscua y liberal, donde las relaciones sexuales fuera de la pareja eran consideradas totalmente normales y donde, para los ciudadanos libres, existía una gran libertad sexual.
El derecho Romano aseveraba que una mujer a los 12 años ya era oficialmente matrona, es decir una esposa honorable con todas las prebendas. La idea era que las relaciones sexuales precoces ayudaran a la niña a llegar a su pubertad (a los 14 años estipulaban ellos) y a regular sus ciclos menstruales. No era raro por tanto que en Roma, una niña de 9 años en adelante ya estuviera casada y desflorada.

En tanto algunos de nosotros jugamos al sexo aplicando el coitus interruptus, en la antigua Roma se desaconsejaba porque retener la eyaculación al final del coito, perjudicaba los riñones y la vejiga
El sexo en Roma tenía sus matices simpáticos. Por ejemplo, se pensaba que literalmente la matriz[1] absorbía el semen después de tener sexo. Entonces las damas involucradas en estas peripecias físicas, se levantaban rápidamente para evitar tal absorción o, corrían a lavarse las partes íntimas
Un ciudadano podía tener y mantener relaciones sexuales fácilmente con su esposa en casa, con un hombre en los baños, con una prostituta en un burdel, o con un esclavo, y sólo ser criticado si no era capaz de mantener cada cosa en su lugar. La moral de la sexualidad romana giraba alrededor de la idea del control.
Existía una gran promiscuidad fuera del matrimonio. Ser esposa, tenía más que ver con el status social que con el placer, y las costumbres dictaban que el hombre casado podía mantener tantas relaciones sexuales como quisiera.
Durante la República, Cicerón declaró sin que nadie se opusiera que no había nada ilegal en el caso de un hombre que lleva a otro al campo con la intención de disfrutar de placeres eróticos.
En Roma, se creía que el amor disminuía la capacidad de pensamiento racional y era visto como algo ridículo. Un beso en público de un matrimonio resultaba algo indecente pero nadie exigía a las mujeres casadas que no recibiesen visitas libremente, aunque debían mantener una serie de códigos morales y sociales determinados.
El ciudadano romano recurre al sexo y a la lujuria para la realización personal, tanto masculina como femenina, puesto que la obtención de placer era el valor dominante al que se sometía todo lo demás. El adulterio y el divorcio preconizado por Ovidio en “El arte de amar” eran aceptados y practicados numerosas veces en la sociedad romana.

Ejemplos de excentricidades de emperadores romanos:
La historia del sexo en la antigua Roma, o al menos durante la época del Imperio romano está salpicada de curioso apuntes.
Empecemos hablando de los piercing entre los esclavos; a los pobres servidores se les ponía un gran pasador o una anilla en el prepucio para que no sostuvieran relaciones sexuales con amas, hijas e inclusive con las esclavas. Luego suponemos que juzgaban esto como muy normal.
El inefable emperador Tiberio tenía una legión de niños feladores bien amaestrados. Con cruel ironía los llamaba «pececillos». También le agradaba que «le mamasen los pechos, género de placer al que por su inclinación y edad se sentía principalmente predispuesto»10. En su retiro espiritual de Capri, ya en los últimos años de su vida, el augusto césar mantenía una corte de gimnastas de ambos sexos a los que gustaba de observar, tras unas cortinas de fino tejido, mientras se «ejercitaban». Tiberio revolucionó el concepto de voyeur y lo hizo un arte, como nos cuenta Suetonio: «En su quinta de Capri tenía una habitación destinado a sus desórdenes más secretos, con lechos por todas partes. Un grupo elegido de muchachas, de jóvenes y de disolutos, inventores de placeres monstruosos, y a los que llamaba sus maestros de voluptuosidad (spintrias), formaban allí entre sí una triple cadena, y entrelazados de este modo se prostituían en su presencia para despertar, por medio de este espectáculo, sus estragados deseos...».

El polifacético artista psicópata Nerón (ese emperador que no incendió Roma) también tuvo lo suyo: «Primero se entregó sólo por grados y en secreto al ardor de sus pasiones: petulancia, lujuria, avaricia y crueldad, que quisieron hacer pasar como errores de juventud, pero que al fin tuvieron que admitirse como vicios de su carácter». De nuevo es Suetonio quien nos sirve de testigo impertérrito ante lo que hacían los distintos emperadores: «Tras haber prostituido todas las partes de su cuerpo, ideó como supremo placer cubrirse con una piel de fiera y lanzarse así desde un sitio alto sobre los órganos sexuales de hombres y mujeres atados a postes; una vez satisfechos todos sus deseos, se entregaba a su liberto Doríforo, a quien servía de mujer…».
Otro ejemplo de ello fue Calígula. Mantuvo relaciones sexuales con tres de sus hermanas, Desautorizó una boda al encapricharse de la novia, con la que después se casó. Posteriormente, al poco tiempo, la repudiaría. Capó al gladiador Longino por poseer un pene mayor que el suyo. En cualquier celebración elegía la mujer de un amigo y mantenía relaciones sexuales con ella; si no le satisfacía obligaba a su amigo a que se separara de ella.
A Valerio Catulo le destrozó los riñones en una relación sexual que tuvo con él. Le gustaba realizar el acto sexual mientras torturaban a algún preso.
La práctica de la pederastia tiene su cenit durante el reinado del emperador de origen hispano y helenófilo Adriano, que comparte la pasión por los muchachos con su antecesor Trajano. Es famoso su amor por el joven griego Antínoo.

“La homosexualidad”
Como dice Michel Foucault, filósofo francés (1926-1984), la identidad ―que no la conducta― «homosexual» es un invento de finales del siglo XIX. Tanto en Roma, como antes en Grecia, el plano de lo que hoy llamamos «homosexualidad» (y también la «heterosexualidad») tenía una dimensión más sexual que afectiva o amorosa, aunque en ningún caso excluyente.

Ningún principio ético o religioso en Roma hizo del sexo entre varones algo inmoral o ilegal. Es más, existía un código implícito de permisos y constreñimientos que intentó reglamentar las relaciones sexuales entre varones tan estrechamente como reguló las relaciones sexuales entre hombres y mujeres. Lo que más importaba en el sexo para los romanos eran los roles, la edad y el status, no así el género. Las relaciones, amorosas o sexuales, entre personas del mismo sexo en Roma no eran nada fuera de lo ordinario. Suponían una opción más a la hora de elegir, y al igual que hoy en día un hombre heterosexual puede ―si le dejan― escoger entre una mujer rubia o una morena, el hombre romano podía elegir para llevarse a la cama entre su esposa y un esclavo varón, normalmente joven.
La homosexualidad no era condenada, se tienen múltiples referencias sobre las relaciones homosexuales mantenidas por muchos emperadores. Estas relaciones mantenían unas reglas muy precisas, en la pareja homosexual, siempre existía un amo y un sometido, siendo estos últimos generalmente jóvenes de clase social inferior o esclavos.
En el siglo VI d.C. el Imperio Romano proscribió la homosexualidad. Esto se debió en gran parte a la influencia de la Cristiandad. El Cristianismo se volvió la religión de moda, del mismo modo las religiones que animaban la prostitución masculina y femenina también fueron prohibidas en el imperio. Según el cristianismo la única razón válida para el sexo era la procreación, cualquier otro tipo de sexualidad que llevara al deseo eran vistas como influencias malignas.
Los ciudadanos con más poder y más esclavos podían destinar una parte de estos para el sexo, independientemente de la edad que tuvieran y de su sexo. La esclavitud es uno de los motivos de la libertad sexual atribuida al mundo romano.
El contraste entre Grecia y Roma es muy acusado en este aspecto: cómo las dos sociedades intentaron regular las relaciones sexuales entre ciudadanos adultos y muchachos libres. En Atenas, en teoría, ambas partes eran libres y socialmente iguales, el lazo entre ellos era consensual, y ―en algunos casos― educativo así como sexual. En Roma, las relaciones típicas entre personas del mismo sexo sólo eran aceptables socialmente entre un ciudadano romano (activo) y su joven esclavo (pasivo).

No estaba permitido, ni por tanto bien visto, que un ciudadano romano mantuviera sexo anal (poedicare) con otro ciudadano romano, pero no existía ningún impedimento moral ni legal si lo hacía con un esclavo. Horacio (65 a.C.-8 a.C.), poeta lírico y maestro de la sátira, se hace eco de esta situación tan ubicua:

«…Cuando la entrepierna azuza y tienes a mano un esclavo y una esclava, ¿sobre quién saltas enseguida? ¿No preferirás que se te reviente, no? ―Por supuesto que no. Me gusta el sexo fácil y asequible».
Un motivo mayor de burla en la antigua Roma era la inversión de estos roles. El que ejercía el papel activo, demostraba que él y sólo él era el amo de su casa, fuera quien fuese su amante pasivo (esclavo o esposa), y por tanto sumiso. El filósofo hispano Séneca (c. 4 a.C.-65 d.C.) escribió, a propósito de un esclavo: «era un hombre en la alcoba, un muchacho en el comedor»4. Lo que quiere decir Séneca es que el esclavo sometía a su amo en la intimidad, convirtiéndole en cevere.

Famosa es la habladuría que corría por las calles de Roma en tiempos de César (100-44 a.C.) sobre su persona: «es el hombre de todas las mujeres y la mujer de todos los hombres» (difundida por Curión). De hecho, su especial relación con Nicomedes, rey de Bitinia, hizo ―según Suetonio― que se le dedicaran otras lindeces como rival de la reina y plancha interior del lecho real, establo de Nicomedes y prostituta bitiniana. El propio escritor censura a César en sus Vidas, donde se hace eco de esas crueles burlas y acusaciones:

«Su íntimo trato con Nicomedes [rey de Bitinia] constituye una mancha en su reputación, que le cubre de eterno oprobio y por lo cual tuvo que sufrir los ataques de muchos satíricos. Omito los conocidísimos versos de Calvo Lucinio:

Todo cuanto Bitinia y el amante [poedicator, es decir, con quien se practica sexo anal] de Cesar poseyeron jamás.

[…] Y, finalmente, el día de su triunfo sobre las Galias, los soldados, entre los versos con que acostumbran celebrar la marcha del triunfador, cantaron los conocidísimos:

Gallias Caesar subegit, Nicomedes Cesarem.
Ecce Caesar nunc triumphat, que subegit Gallias:
Nicomedes non triumphat, que subegit Caesarem

[Las Galias se han sometido a César, y César a Nicomedes. Ved el triunfo de César porque ha sometido a las Galias, en cambio Nicomedes no triunfó aunque ha estado encima de César]»5.

Como bien podemos apreciar, no fue el hecho de mantener una relación con otro hombre el motivo de oprobio y rechazo, sino dejar que fuese el otro, en este caso un no romano, quien sometiera a César. Por tanto, puede decirse que en el sexo entre hombres gobernaba una firme distinción de roles que estigmatizó la pasividad masculina adulta como una muestra de servilismo. Para un varón libre, ser penetrado por otro varón era vergonzoso además por una segunda razón: consentir ser usado como mujer y esposa (muliebris patientia). Las ansiedades masculinas sobre el afeminamiento han estado en la cultura occidental desde los griegos como una fuente perenne de misoginia y fanatismo. En una sociedad tan patriarcal como Roma, se pensaba que cualquier comparación de un hombre con una mujer humillaba grandemente al hombre.

Ya hemos visto cómo estas circunstancias suponían una mina de oro para la calumnia política, pero también para las sátiras, historias, graffiti, pasquines, ensayos de filosofía moral, escrituras legales, científicas y médicas, y en los trabajos apologéticos de judíos y cristianos.

Pero también existieron en Roma androphiles activos que desearon y escogieron de buena gana practicar sexo con otros varones adultos, que no era esclavos, libertos o prostitutos. Los latinos tenían nombres para todo, también esta variedad de deseo sexual: amor adultorum (el amor de los adultos). Distintos eran los libidinis in mares proniores («inclinados hacia el sexo con otros hombres») de los libidinis in pueros proniores («hombres cuyo deseo es para los muchachos»).

Por ejemplo, P. Sulpicio Galo era un homo delicatus: su amante era hombre adulto, rico y libre. Cicerón no asumió el escepticismo necesario hacia su público cuando llamó a Catilina «amator y marido» de Gabinio. El emperador Tito prefería a los hombres que a los muchachos, aunque tampoco les hacía ascos a prostitutas y eunucos. Otro emperador, Galba, gustó también de practicar sexo con varones, pero sólo con los fuertes y musculosos.

Unos textos denotan la existencia de varones que disfrutaron ambos papeles, el doble arte de «amar y de ser amado» (amari et amare). Séneca exige saber a un grupo de jóvenes desvergonzados si alternaron los papeles y se penetraron entre sí (qui suam alienamque libidinem exercent mutuo stupri). Según Suetonio, al emperador Calígula le encantaban las relaciones múltiples (commercium mutui stupri): «nunca cuidó de su pudor ni del ajeno; y se cree que amó infamemente a M. Lépido, al payaso [mimo] Mnester y a ciertos rehenes»
Actualmente, la posición acerca de las relaciones entre personas del mismo sexo ni distingue moralmente si se trata de dos hombres o dos mujeres. Para los romanos, sin embargo, lo que hoy se da por llamar lesbianismo era algo atroz. Escasamente se mencionan en la literatura romana casos de relaciones entre dos mujeres, y si se hace, es con el fin de denunciarlo. Conociendo lo anteriormente mencionado, es lógico entender cómo y por qué los romanos ordenaban, sistematizaban y alineaban sus pensamientos y sentimientos en torno a la figura del hombre, siendo la mujer algo diferenciado y aparte. Si la pasividad masculina estaba estigmatizada, no extrañará por tanto esta consideración del papel de la mujer en cualquier tipo de relación.

La prostitución en Roma
En la antigua Roma existía un amplio desarrollo de la prostitución. Catón el Viejo dice que "es bueno que los jóvenes poseídos por la lujuria vayan a los burdeles en vez de tener que molestar a las esposas de otros hombres".
Las prostitutas eran educadas para la conversación y el placer, debían llevar vestimentas diferentes, teñirse el cabello o llevar pelucas amarillas y eran inscritas en un registro. En el año 1 d.C. el registro contaba con 32.000 prostitutas inscritas.
Las prostitutas que estaban registradas en las listas públicas eran conocidas como Meretrices mientras que las Prostibulae ejercían su profesión donde podían, librándose del impuesto. Las conocidas como Ambulatarae recibían ese nombre por trabajar en la calle o en el circo mientras que las Lupae trabajaban en los bosques cercanos a la ciudad y las Bustuariae en los cementerios. Las prostitutas de más alta categoría eran conocidas como Delicatae y tenían entre sus clientes a senadores, negociantes o generales.
Generalmente la mayoría de las prostitutas se podían encontrar en burdeles llamados lupanares, establecimientos que contaban con licencia municipal. También se encontraban prostitutas cerca de los circos y anfiteatros o aquellos lugares donde el sexo era un complemento de la actividad principal: tabernas, baños o posadas.
La mayoría de lupanares de Roma se encontraban en el Esquilino y el Circo Máximo, los más elegantes eran situados en la cuarta región. Los lupanares generalmente eran identificados en la calle con un gran falo que era iluminado por la noche, generalmente eran decorados con murales alusivos al sexo y en las puertas de las habitaciones era habitual encontrar una lista de precios y servicios. Existen referencias de algunos prostíbulos que eran frecuentados por las mujeres de las clases sociales más elevadas que acudían para mantener relaciones sexuales con chicos jóvenes.
Existen muchas referencias escritas de mujeres de las familias más nobles que ejercieron la prostitución por puro placer, entre estas podíamos destacar a encontrarnos a Julia (hija de Augusto), Agripina, Mesalina (esposa del emperador Claudio).

No puede estar completa esta relación sobre las costumbres amatorias y sexuales de la Antigua Roma sin hacer mención a vicios ―en el buen o mal sentido― tales como la infidelidad, la promiscuidad y el incesto. Como se preguntan muchos: «¿quién no fue adúltero en la antigua Roma? Más vale preguntar, ¿quién fue entre las celebridades?».

Merecida fama de mujeriego tuvo Julio César, cosa que no sólo vemos en las películas, sino también en su vida real. Y como siempre, basta con que recurramos a nuestro buen amigo Suetonio, quien da buena cuenta de las costumbres adúlteras del conquistador de la Galia:

« Tiénese por cierto que [César] fue muy dado a la incontinencia y que no reparaba en gastos para conseguir tales placeres, habiendo corrompido considerable número de mujeres de familias distinguidas, entre las que se cita a Postumia, esposa de Servio Sulpicio; a Lollia, de Aulo Gabinio; a Tertula, de M. Crasso, como también a Mucia, de Cn. Pompeyo […] Pero a ninguna amó tanto como a la madre de Bruto, Servilia, a la que regaló durante su primer consulado una perla que le había costado seis millones de sestercios […]. No guardó más respeto en las provincias de su mando al lecho conyugal […] Tuvo también amores con reinas, entre otras con Eunoé, esposa de Bagud, rey de Mauritania, y a la que según refiere Nasón, hizo lo mismo que a su marido, numerosos y ricos presentes; pero a la que más amó fue a Cleopatra, con la que frecuentemente prolongó festines hasta la nueva aurora […]. Tan desarregladas eran, en fin, sus costumbres y tan ostensible la infamia de sus adulterios, que Curión padre le llama en un discurso marido de todas las mujeres y mujer de todos los maridos»7.


Los romanos veían el matrimonio como una institución social, provocada por la civilización, pero el sexo no tenía nada que ver con civilidad. Más bien era todo lo contrario. No existía tabú alguno acerca de actos sexuales. La ley no reconocía como adulterio la práctica de los mismos con los esclavos domésticos. Las relaciones con un hombre o mujer libres constituían delito de adulterio si no había pecunia de por medio. Así, el sexo con una prostituta no era considerado tal.

Había leyes regulando la prostitución, como por ejemplo la ordenanza de Opio, que se refiere a la indumentaria y al exceso de adornos de las meretrices callejeras. Los vástagos de familias patricias embebieron variopintas lecciones de voluptuosidad mientras luchaban con los ejércitos de Roma en Grecia y Asia Menor. Allí aprendieron a despilfarrar sus riquezas en las refinadas artes de las prostitutas de escuela de aquellas tierras (similares en encanto y habilidades a las geishas japonesas del Medioevo). En su retorno a Roma volvieron a toparse con las reglas fijadas por el talento nativo más rudo y menos sofisticado; así que no les quedó más remedio que importar despabilados prostitutos de ambos sexos de Grecia y Siria, sobre todo. Así nacieron por todo el Imperio casas y burdeles donde la prostitución se tornaba arte a cambio de suculentos denarios. Eso sí, siempre quedaba, para los pobres, el producto nacional a pie de calle, más barato, apto también para paladares exigentes afectados de racanería. Las prostitutas clandestinas tenían el apoyo de políticos y ciudadanos prominentes. Las rentas de un burdel se consideraban una fuente legítima de ingresos, y tampoco había multa alguna fijada para la prostitución en general.

Volviendo a los lupanari (de lupa, literalmente «loba» en latín, que también se usaba como la acepción tercera del DRAE), éstos estaban debidamente señalizados ―evidentemente no con letras de neón― con emblemas tallados, en madera o piedra, y frecuentemente pintados, que remitían directamente a la entrepierna de Príapo (de quien hablaremos más adelante). Restos importantes de estos edificios se han encontrado en Herculano y Pompeya, las dos ciudades sepultadas por una erupción del volcán Vesubio (79 d.C.) y conservadas al tiempo para la Historia. En su interior, los frescos ponían en situación al visitante. En cada pasillo se abrían celdas pequeñas, con un titulus sobre la puerta que indicaba el nombre del ocupante y su precio. Como en los taxis modernos, cuando entraba el cliente se colgaba el cartel de «occupata» sobre la puerta, y se volteaba a la marcha de éste.

En otro orden de cosas, ¿existía en Roma lo que se ha dado por llamar en sociología «el tabú del incesto»? El incesto ha sido siempre considerado, en todas las sociedades antiguas y modernas, como algo escasamente recomendable, o, yendo más allá, prohibido de forma rotunda y evidente. Señala el profesor Lucas8 que escasas han sido las excepciones: los faraones egipcios, los jefes incas y hawaianos y la tribu Ardanza en África central. Esta norma cultural no sólo lo es por las explicaciones biológicas tradicionales (que también), sino que responde asimismo a una serie de factores sociales como evitar la competencia sexual dentro del seno familiar, ahorrarse múltiples asignaciones de roles (el padre es el padre de una persona, pero no su yerno o su suegro a la vez) y sesgar niveles extremos de endogamia dignos del libro del Génesis.

Teniendo esto en cuenta, podemos comprender que en Roma el adulterio no estaba bien visto. Ya hemos visto que el «juego de las apariencias» era muy importante, casi fundamental, en las relaciones sociales entre los ciudadanos de la urbe, en especial los aristócratas. La tortura hacia los esclavos estaba prohibida salvo en los casos de incesto. Claudio ―el famoso emperador de Yo, Claudio y de su continuación Claudio el dios y su esposa Mesalina, de Robert Graves― cambió las leyes romanas sobre el incesto con el fin de poder desposar a su sobrina Agripina. Y qué decir de Nerón, sobre quien «se asegura aun que antes de este tiempo, siempre que paseaba en litera con su madre, satisfacía su pasión incestuosa, lo que demostraban las manchas de su ropa...».

Entre los nobles, no era más que otra excentricidad de las muchas que podían cometerse entre los muros de un buen palacio. Vemos por tanto que cierto tipo de relaciones incestuosas (en concreto las mantenidas por parte de hombres mayores con sus sobrinas o primas más jóvenes) no era inusitado.

Los esclavos y la pederastia
Desde los tiempos más remotos, el esclavo se define legalmente como un objeto susceptible de ser vendido, regalado o cambiado por otro, sin que aquél pueda ejercer ningún derecho u objeción legal o personal. La principal fuente de esclavos romana era la guerra: decenas de miles de prisioneros se llevaban continuamente a Roma; por ello, para obtenerlos, bastaba con conquistar otros territorios, obtener prisioneros de guerra y subastarlos luego en los mercados. Sin embargo, algunos individuos se vendían a sí mismos o a miembros de su familia para pagar deudas pendientes. La esclavitud era también un castigo en ciertos delitos.

La esclavitud era una situación aceptada y esencial para la economía y la sociedad de Roma. Se utilizaban esclavos en los hogares, en el comercio, en la construcción a gran escala, en la agricultura y en el ejército. La esclavitud doméstica, por lo general, era menos dura, ya que el trato recibido solía ser muy familiar, quizás porque normalmente los esclavos se heredan. Los ciudadanos libres más pobres son los únicos que no se podían permitir esclavos; cualquier otro podía tener un esclavo personal. Los nobles, dueños de grandes mansiones en la ciudad y en el campo, dependían de gran número de esclavos para mantener sus hogares y sus propiedades agrícolas.

Pues bien, dentro de las funciones de un esclavo se encontraba por supuesto la que nos centra: la complacencia sexual de sus amos. Seducir a un puer praetextatus, un muchacho romano nacido libre que aún no se había puesto la toga virilis (rito de iniciación a la adultez masculina que se realizaba en torno a los quince años), era una ofensa seria para su familia. Los padres, sobre todo los de familia acomodada, intentaron a duras penas salvaguardar la pudicitia de sus hijos (la modestia sexual, castidad). No era tarea fácil: «un hijo guapo ―refiere Juvenal― tiene a sus padres en una turbación y tristeza constantes, pues tan raramente la belleza y la pudicitia van juntas».

Sin embargo, no existía impedimento alguno si el joven era un esclavo. El esclavo no tenía ningún derecho, mientras que los derechos del amo incluían el acceso sexual sin restricción al cuerpo del esclavo. Así, esta radical desigualdad creó una servidumbre de dócil sumisión (servilis patientia) que formó profundamente la conducta y actitudes sexuales de los romanos.

3 comentarios:

  1. Los felicito son geniales sigan así...........

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  2. Buenos días.

    Gracias a José A. Rodríguez queda corregido un error en la cronología del texto.
    Posiblemente en su momento estuviera pensando en la edad del Bronce, unos 3000 a.C (por lo que serían 5000). Pido disculpas por el error. Generalmente repaso una y otra vez antes de publicar pero parece que esta vez no fue suficiente.
    He tomado como referencia la fecha de la civilización minoica como punto de partida del texto.
    Un saludo y gracias de nuevo

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